2025
Charlie Mai
24 de julio
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Los clavos no estaban pensados para esto. Ni los martillos, ni las herramientas oxidadas que uno guarda en una caja plástica sin saber si todavía funcionan. Pero ahí están, intervenidos con porcelana china azul y blanca, incrustada como si se hubiera filtrado desde otro tiempo. El contraste no es decorativo. No se sabe si es un accidente, una ironía o una especie de cruce espiritual.
Charlie Mai trabaja así: pone en relación materiales que no deberían convivir. Y lo hace sin resolver las tensiones. Al contrario, las deja activas, visibles. Como si en vez de cerrar un gesto lo dejara temblando.
En estas piezas —martillos, clavos, herramientas— el gesto migratorio se encarna. Es una historia desplazada que se incrusta en los bordes, en los fragmentos. Hay algo físico en esas uniones improbables. El rumor también entra por ahí: nunca se sabe si esas porcelanas son reales, si pertenecieron a algún plato ceremonial o si simplemente fueron compradas en El Hueco. Pero funcionan. Funcionan como código, como pista. Son reliquias improbables, imitaciones que dicen más de lo que fingen.
En un muro lateral, una cortina de chaquiras dibuja caballos suspendidos. Su brillo proyecta sombra. Parecen salir de una película, pero también de un sueño. Su transparencia no es leve: es una forma de insistencia, de filtrarse sin pedir permiso.
Ver una imagen de Charlie Mai es como mirar una escena desde un bus en movimiento. Hay formas que se reconocen de inmediato: una cascada artificial, un tigre, una fotografía familiar. Pero otras emergen con más lentitud, como si fueran recuerdos que no terminan de asentarse. Entre superposiciones visuales, trazos sueltos y archivos alterados, se cruzan elementos del feng shui, trozos de cultura pop, imágenes de bodas y cumpleaños, logos de restaurantes chinos, porcelanas digitales y palabras en inglés que funcionan como avisos de bus: COMPROMISES, DESERVE. Todo se mezcla sin jerarquías fijas, sin seguir un hilo narrativo.
María Clara Arias Sierra