2024
Paulina Moncada
Curaduría:
Pablo Guarin Robledo
27 de julio
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Como el sol, que respira después del eclipse. Como las miradas que vuelven a coincidir y creen reconocerse. Así se presenta Paulina, en sus ires y volveres.
Paulina se fue y se va y se sigue yendo. Y al volver, ve dos veces. Mira y se fija. Se fija y duda. Duda pero no se arrepiente. Y por eso vuelve a mirar. Vuelve.
Volver dos veces es un estudio sobre el regreso y la mirada. Y más aún: sobre la imposibilidad de ambos. Sobre la nostalgia y la ceguera. Los paisajes cambian. Las personas se desvanecen. Las imágenes se desfiguran. Si decir adiós es morir un poco, volver es revivir a medias. Nadie vuelve del todo. Nada vuelve a verse igual que antes. Frente a estas verdades conocidas solo queda insistir. Y Paulina insiste.
Un manto verde se yergue como una montaña y algo permanece oculto: una persona, un animal, un acto minimalista sin espectadores, o simplemente el deseo culposo de volver. El regreso vibra como dos esferas metálicas a punto de chocarse. Dos gotas de lluvia salpican la misma brasa. Una zarza arde dos veces. Una hoja se dobla sobre sí misma y repite el gesto con disciplina de principiante. Una serie de pliegues aprietan solo lo suficiente para abarcar lo mínimo. Un mapa se pliega en dos curvas convexas que lo hacen ilegible pero lo convierten en carpa techo refugio. Es decir, en una casa a la que puede volverse.
La luz se filtra por las persianas. Una luz cada vez más escasa en los inviernos cada vez más largos. La cama vacía se cae a pedazos. A veces la única manera de volver es ver ese cuerpo conocido y amado. Un cuerpo vuelto sobre sí mismo. Arremolinado como una órbita. Acaracolado como algunos fósiles. Volver también es encontrarse en la mirada; ver el mismo punto. Dos hermanos intentan mantener la ficción del encuentro, del regreso. Las ficciones nunca duran más de lo que dura un eclipse.
Y sin embargo: hay que aferrarse a ellas.
Entregarse a esas ficciones. A esos encuentros improbables. A esos regresos repetidos. Como quien se entrega, sin reparar en qué es verdad y qué es mentira, a los teatros y sus escenografías meticulosamente dispuestas. La oscuridad termina por rendirse a esas luces imprevistas. Por más que no alumbren lo suficiente. Por más que cada destello pueda ser el último.
De hecho, nadie sabe cuándo va a ser el último regreso. Pero ahí está la invitación de Paulina Moncada: aferrarse a la posibilidad, entregarse a esas luces, recurrir a los cuerpos amados, encontrarse en las miradas conocidas.
Volver. Y ver. Una vez. Y dos veces.
pablo guarín robledo