Noticias / Quisiera ser más gato
En el lingo urbano porteño, en donde se nutre gran parte de mi cotidiano, el gato o su apropiación adjetiva al carácter humano, recorre cierto halo despectivo. En pocas palabras, decirle gato a alguien es insultarlo. Sin embargo, en el campo de las amistades, que se definen en la intimidad de los círculos, gato es un apodo denso en hermandad cariñosa y algo de picante ironía. Aquel amigo gato es quien reúne algunas de las características más entrañables de los felinos domesticados: su nocturnidad, su carácter esquivo, ese vaivén emocional entre el cariño y el desdén, pero por sobre todas las cosas, esa envidiable capacidad de caer siempre bien parado. Entre lo elegante y lo críptico, lo curioso y lo sagaz, lo amoroso y lo egoísta, se define ese campo de atracción que suscitan estos personajes, tanto bípedos como cuadrúpedos.
Con una evidente atracción, Antonio Yemail trabaja hace más de una década en una arquitectura específica para seres esquivos. Un camino que atraviesa la investigación, la academia, la práctica y, a partir de ahora, la exhibición en clave científico-arquitectónica, y por qué no, artística. El proyecto, construido en un proceso largo y metódico, involucró estudios de casos reales de la relación gato y consorte. Tildar de amo o dueño a su contraparte humana sería una falta a la verdad, como expuso en la muestra itinerante Post Post Post del 2010. Estos estudios derivaron, un tiempo después, en un catálogo de expresiones formales y espacios de apropiación felina, conglomerados bajo el nombre de El Vitrinazo, un proyecto de instalación para la antigua galería Liga de la Ciudad de México, proyecto que lamentablemente no vio la luz. Recientemente, su investigación se trasladó al campo académico, donde a través del taller Arquitecturas entre diversas formas de vida profundizó, junto a un grupo de alumnos, las capacidades disciplinares de desdibujarse en el estudio de la propia idea del hábitat, pero en clave multi-especie.
Quisiera ser más gato
En el lingo urbano porteño, en donde se nutre gran parte de mi cotidiano, el gato o su apropiación adjetiva al carácter humano, recorre cierto halo despectivo. En pocas palabras, decirle gato a alguien es insultarlo. Sin embargo, en el campo de las amistades, que se definen en la intimidad de los círculos, gato es un apodo denso en hermandad cariñosa y algo de picante ironía. Aquel amigo gato es quien reúne algunas de las características más entrañables de los felinos domesticados: su nocturnidad, su carácter esquivo, ese vaivén emocional entre el cariño y el desdén, pero por sobre todas las cosas, esa envidiable capacidad de caer siempre bien parado. Entre lo elegante y lo críptico, lo curioso y lo sagaz, lo amoroso y lo egoísta, se define ese campo de atracción que suscitan estos personajes, tanto bípedos como cuadrúpedos.
Con una evidente atracción, Antonio Yemail trabaja hace más de una década en una arquitectura específica para seres esquivos. Un camino que atraviesa la investigación, la academia, la práctica y, a partir de ahora, la exhibición en clave científico-arquitectónica, y por qué no, artística. El proyecto, construido en un proceso largo y metódico, involucró estudios de casos reales de la relación gato y consorte. Tildar de amo o dueño a su contraparte humana sería una falta a la verdad, como expuso en la muestra itinerante Post Post Post del 2010. Estos estudios derivaron, un tiempo después, en un catálogo de expresiones formales y espacios de apropiación felina, conglomerados bajo el nombre de El Vitrinazo, un proyecto de instalación para la antigua galería Liga de la Ciudad de México, proyecto que lamentablemente no vio la luz. Recientemente, su investigación se trasladó al campo académico, donde a través del taller Arquitecturas entre diversas formas de vida profundizó, junto a un grupo de alumnos, las capacidades disciplinares de desdibujarse en el estudio de la propia idea del hábitat, pero en clave multi-especie.