Noticias / «La palabra casa tiene dos techos». Exposición doble con Gabriela Estrada y Pedro Montilla en Policroma, Colombia
—Henry David Thoreau
Huimos de la ciudad. Hoy vivimos en una casita en la montaña. La hicimos toda con nuestras manos. Regresamos a lo elemental, a iluminarnos por la luz del sol, de la luna y de las estrellas. En las mañanas no usamos zapatos, es mágico poder siempre tocar el pasto con la planta de los pies. El sol atraviesa las montañas a las ocho. Antes hay luz y una bruma gris que viste el portal del monte. Hay una parte del potrero que es amarilla, quemada por ser nuestro baño. Cuando el sol golpea el valle, se abren los dientes de león. Hay mariposas que entran a la casa y se posan en nuestros dedos. Nuestros perros vienen y van. Por las tardes nos visita un colibrí mientras almorzamos. Respirar en verde es más llenador. La casa es amarilla y está torcida. El sol de la tarde hace que la madera cruja y la sala se caliente, lista para recibir la noche. Cuando llega el atardecer el cielo se pinta de rosado y la montaña vibra naranja. Ya no se ve el sol. Salen las sombras silentes de la luna. Las noches llegan frías pero la cama siempre está caliente, llena de nosotros y de los perros. Antes de dormir se escuchan zarigüeyas caminando por el techo. Vuelve a amanecer. Vivimos día a día en un rito.
—Henry David Thoreau
Huimos de la ciudad. Hoy vivimos en una casita en la montaña. La hicimos toda con nuestras manos. Regresamos a lo elemental, a iluminarnos por la luz del sol, de la luna y de las estrellas. En las mañanas no usamos zapatos, es mágico poder siempre tocar el pasto con la planta de los pies. El sol atraviesa las montañas a las ocho. Antes hay luz y una bruma gris que viste el portal del monte. Hay una parte del potrero que es amarilla, quemada por ser nuestro baño. Cuando el sol golpea el valle, se abren los dientes de león. Hay mariposas que entran a la casa y se posan en nuestros dedos. Nuestros perros vienen y van. Por las tardes nos visita un colibrí mientras almorzamos. Respirar en verde es más llenador. La casa es amarilla y está torcida. El sol de la tarde hace que la madera cruja y la sala se caliente, lista para recibir la noche. Cuando llega el atardecer el cielo se pinta de rosado y la montaña vibra naranja. Ya no se ve el sol. Salen las sombras silentes de la luna. Las noches llegan frías pero la cama siempre está caliente, llena de nosotros y de los perros. Antes de dormir se escuchan zarigüeyas caminando por el techo. Vuelve a amanecer. Vivimos día a día en un rito.